Serie muñecas en la ventana

Viaje al mundo

A Azulina Contreras le entraron ganas de nacer. Se vistió, se peinó, se puso el sombrero y echó a caminar por el universo por varios años luz que se le hicieron muy cortos. Entonces avistó la tierra, pero como no encontrara su lugar volviose sobre sus pasos.

Blonda Encajes

Blonda Encajes vivía cerca del mar y le gustaba hacer descubrimientos. Lo más extraño que encontró fue un huevo que parecía contener el océano. No estaba segura, así que se lo llevó a la playa para observarlo bien. Lo escuchó, le dio varias vueltas y de pronto le envolvió una explosión. Y vino el caos, había que separar otra vez el mar de los continentes y la luz de las tinieblas y todo, absolutamente todo, hubo que hacerlo de nuevo. Pasaron millones de años hasta que nació Blonda pero ya no vivía cerca del mar y no le gustaban los descubrimientos.

Cortejándose a sí misma

Margaret vivía sola en un pueblo azul. Todos los días se ponía delante de su espejo- biombo a cortejarse a sí misma, después descubrió que cerrándolo un poco más podía asombrarse de sí misma ya no por tres, sino por mil, por millones. Eso ya le asustó porque no podía contarse, dio la espalda al espejo y empezó a mirarle a usted.

Colores y formas

Ella tenía días muy buenos y otros nefastos y todo estaba en su sentimiento. Y era tan poderoso que de su alma brotaban colores y formas que iban a parar al aire hasta envolverla por completo.

Technicolor

Flora  tiene dos amigas y hace rato que se  fueron de su casa. Estuvieron discutiendo porque Nicanora piensa que a su vida no ha llegado el technicolor.  Eleonora  está a punto de conseguirlo y por eso envidia tanto a Flora que hasta tiene un espejo dónde pueden multiplicarse los colores y eso ya es mucho pedir.

Caperucita Roja, otra nueva versión

Caperucita Roja era una niña curiosa. Un buen día se encontró con el lobo feroz y se sentó a charlar con él. Pasaron horas y horas, tantas que todas las caperucitas que habían sido infinitamente contadas comenzaron a aparecer para avisarle de su error “así no es el cuento” le gritaban. Pero ella, absorta en la conversación, no pudo escucharlas; tampoco el lobo que estaba con la oreja atenta y el ánimo relajado. Aparecieron más y más caperucitas hasta formar el cuento de “Éranse unas caperucitas rojas perplejas y envidiosas” que fue contado y contado por siempre jamás.

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